Por Noé Pernía y May Ling Carabaño.
Ganan de 20 a 35 euros diarios, no es mucho, pero les alcanza para cubrir los gastos más urgentes que son los de la comida y el hospedaje. Son músicos profesionales.
Pero también trabajadores en la informalidad de la calle, tocan en la clandestinidad que tolera el personal del Metro de Madrid, eso sí, son desalojados de inmediato si son sorprendidos en los vagones.
Por eso ejecutan los números entre estación y estación, siempre alertas en cada parada para no tropezar con las rondas de los vigilantes adscrito al transporte público subterráneo.
Hemos coincidido con una «orquesta» casual, sus miembros son inmigrantes para quienes esta forma de ganarse la vida es pasajera.
Rafael Villán (percusión), Enrique Parra Bracho (flauta) e Ibrahím Rivero (bongós), llegaron a España con la última oleada que huye de la violencia, el hambre y la represión en su país de origen, Venezuela.
El flautista
Tomás Enrique Parra Bracho nació en la ciudad de Maracaibo, tiene 46 años y ha estudiado la flauta desde los once.
Llegó a España en 2016 con su familia, cuenta que su hija tiene un empleo como profesora y su esposa trabaja como asistente en un bufete de abogados.
En todas las líneas del Metro se ha cruzado con músicos que él califica de muy buenos: españoles, colombianos, dominicanos, ecuatorianos y argentinos entre otras nacionalidades.
«Aquí hay de todo» comenta para #MiNorteEsLaGente y La Razón.
–¿Cómo llegaste a conocer a esos colegas?
–Estuve buscando por Internet y por allí he hecho mi networking (risas), también hablando con los propios músicos que me encontraba en los andenes por casualidad.
La marca característica de Tomás es la sonrisa de optimismo, «yo toco lo que le gusta a la gente acá, conocen más de la música caribeña de lo que yo pensaba».
«Me alcanza para vivir»
Rafael Villán tiene 32 años, es también hijo de músicos como él y viene del estado de Vargas, la puerta de entrada por aire y por mar a Venezuela.
Arribó a Madrid en 2016, solo, con la esperanza de traerse a su familia cuando se estabilice su estatus migratorio y su situación económica.
–¿Cuándo comenzaste a estudiar música?
–Desde muy pequeño he sido miembro de las corales y las bandas secas en mi escuela, después me fui a la Escuela de Música a estudiar teoría y solfeo con percusión, allí crecí aprendiendo hasta que comencé a trabajar con distintas agrupaciones en mi país.
Rafael narra que existen dos horarios flexibles para trabajar en los vagones del Metro de Madrid.
El primero, desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la tarde, y el segundo desde las 5 de la tarde hasta las 9, «y cada quien que va llegando, va esperando el turno para agarrar los vagones».
–¿Tocando en el Metro te puedes ganar la vida?
–Todo es relativo, a veces te llega el dinero y a veces no, y bueno, uno después va a la calle y hace otras cosas para poder completar, yo por ejemplo limpio en restaurantes y toco música en varios locales.
«La música es una bendición»
Ibrahím Rivero tiene 32 años y llegó en 2016 a Madrid, su esposa trabaja cantando en distintos locales y discotecas de la ciudad
Su esposa es la entusiasta del hogar y tiene un proyecto conjunto con Ibrahím para llevar a cabo unos arreglos musicales y posiblemente grabarlos para alguna aplicación o soporte digital. Para ambos, “la música es una bendición”.
Estos tres músicos inmigrantes han sido empujados por la fuerza de las circunstancias a romper con la trayectoria profesional que cada uno tenía en Venezuela y perseguir un futuro incierto en España.
El Metro de Madrid es una ciudad bajo tierra con doscientos noventa y cuatro kilómetros de longitud, trescientas treinta estaciones, doce líneas y dos mil trescientos diez vagones.
Es el hogar itinerante de mucha gente que siempre está en constante movimiento
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